Allí, allí es, es la casa naranja, la que mira al cielo rodeada de balcones. Allá vive Don Víctor, el contratista. Ha criado sus cinco hijos, sus nietos y ya empiezan los bisnietos. Su mujer Isabel tiene los ojos grandes de un azul transparente. Su rostro lleva la marca del dolor de perder un hijo a los 10 años golpeado por un auto al regresar de la escuela de su mano. Hoy su casa está llena de amigos, de vecinos y de su familia querida. Tomo café con leche recién colado acompañando a su viuda. Le doy un abrazo fuerte como si fuera mi hermana. Tiene 58 años y lo cuidó hasta el fin. El cáncer se lo llevo a los 68 años. El contratista del barrio, al que todos querían. En el campo el difunto se vela en casa. Tiene una gorra azul marina, camisa a cuadros y un pantalón gris. Descansa con las manos entrelazadas. Me acerco al féretro y las lágrimas me corren por toda mi cara. Me emociona verlo y doy gracias por haberlo conocido. Su viuda no estará sola, su familia vive al lado.
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