sábado, 6 de marzo de 2010

MI PRIMERA CONFESIÓN….Y COMUNIÓN

Desde New York le propuse a mi amiga y hermana de la infancia y adolescencia Lizzie Negrón me contara su primera comunión. Esta amistad se ha reanudado con mucha felicidad para ambas después de muchos años de no tener contacto la una con la otra.
Gracias a la maravilla del Internet esta amistad continuará por muchos años. Aunque físicamente no estamos juntas compartimos un amor especial por la literatura y el arte. Su escrito me pareció maravilloso. Lo comparto con mis amigos blogueros.


A instancias de mi amiga y hermana Lucille Lang vuelvo a las letras. Esta vez, les aburriré compartiendo mi experiencial de cuando hice mi primera confesión en la Catedral de Arecibo Puerto Rico y al día siguiente, mi primera Comunión.
Empezemos con los preparativos para verme regia ese día de la Comunión pues si me pongo a pensar en la confesión…..no acabaría nunca.
Fuimos a San Juan mi papá, mi mamá, mi hermana y yo. Papi iba manejando su pequeño Volkswagen por la carretera numero 2, la única vía existente entre mi pueblito de Arecibo y el área metropolitana, también llamada por nosotros los de pueblo chiquito, la loza o San Juan. Esta vez no le pedí cuchucientas veces a papi que parase para o ir a hacer niní o porque tenía náuseas. Papi iba fumando sus Chesterfields y sus sortija de graduación iba golpeando el timón mientras tarareaba alguna canción en la radio. Mami se retocaba su maquillaje con mucha frecuencia. Mi hermana y yo, aburridas a morir, como siempre discutiendo por algo o disputándonos el pequeño espacio que había en la parte de atrás donde íbamos sentadas como salchichas en lata. De vez en cuando, para acallarnos porque nos poníamos muy majaderas, con la misma mano de la sortija la zarandeaba y a la primera que cogiera le daba un tapaboca y así nos acallaba por un rato. El viaje era como de dos horas. ¡Qué tedioso…..pero ese día, cualquier cosa yo la pasaba por alto, pues sólo pensaba en que íbamos a González Padín a comprar mi blanco traje, mi velito y mis zapatos. Nada en la vida, ni siquiera mi hermana, ni los tapabocas de mi padre, iban a quitarme la ilusión de ese gran día.
Llegamos a González Padín en el Viejo San Juan. Qué chulería de tienda, con acensor y todo y hasta y que rico olor se mezclaba allí a perfumes de Guerlain y Madame Rochas. La empleada en el departamento de niñas nos atendió como si fuéramos de la realeza europea. Cuando me medí el tercer vestido le dije a mami, ese es el que me gusta……suerte que ella gustó también de él y dio la aprobación. Era como en un tipo de organiza bordadita y con un gran lazo atrás en la cintura. Me llegaba a mitad de pierna, ni largo, ni corto. Tenía unas manguitas tres cuartas que de ahí en adelante fueron y aún son mis preferidas. Un cuellito alto con solapita. Me quedaba pintao, como hecho para mí. Escoger el velito fue tarea fácil. Creo que no me importaba tanto como el traje. Ya mi corazón latía de la alegría y la anticipación. El velo tenía una diademita con florecitas, a lo mejor miosotis y mucho tul, como de novia. Entonces vino el rigor de escoger el misal y el rosario……ahí vinieron a mi mente todas las instrucciones, las prácticas en la Catedral, las advertencias de las monjas de mi Colegio de que hacer si se caía la hostia al suelo, si no abría la boca bien grande para que el cura, Padre Kingston, pudiese meter la hostia adentro y no se cayera….y lo más que me preocupaba……la confesión la noche antes a las 6 en la Catedral.
¿Qué rayos le iba a confesar al cura aquel que pareciese genuino y sincero y me despachara rápido con a lo mejor tres Avemarías y dos Padre Nuestro y el Gloria? Ya de camino a casa luego de almorzar en La Bombonera….mi mente divagaba. Ya ni escuchaba la radio y la sortija llevando el ritmo en el timón, ni a mi hermana jode que jode, ni miraba a mami empolvándose y poniéndose más pintalabios, ni siquiera recibí algun tapaboca por hablar duro o por responder a las provocaciones de mi hermana mayor…….sólo pensaba y pensaba en mis pecados y cómo iba a salir de ésta.
Primero, me tenía que aprender el Oh, Dios Mío……con todo mi corazón, blah, blah, blah……luego, el….Perdóneme Padre porque he pecado……mis pecados son los siguientes…….de mayor a menor….osea, de los Capitales a los Veniales……yo, una pila de mierda de siete años, tendría a mi haber algun pecado capital? Ejem, ejem….bueno, decidí irme por la tangente. Le diría…..He desobedecido a mi padre y a mi madre, rogándole a Dios que no me pidiera los específicos….., he dicho malas palabras (que en aquellas épocas serían caca, mierda, bruta….nada de carajo o coño, que ni sabía que existiesen aunque vagamente creo haberlas escuchado de boca de mi papá en alguna ocasión, he peleado con mi hermana…..ay mi Dios, esa la debí haber puesto en primer lugar pues mira que peleábamos por cualquier cosa……y el Padre, eso es todo. Entonces venía la tarea de aprenderme el Acto de Constricción o como se deletree. Cuando menos lo imaginaba, ya habíamos llegado a la Calle Andrés García donde vivíamos y desperté a la realidad de que lo que me esperaba no era tarea fácil. El traje se guardó en un closet y así los zapatos, las medias, el misal, el rosario, el velo. Ahora venía lo difícil…..ahora venían los miedos, las memorizaciones, los conteos o estadísticas de los pecados, porque encima de eso había que decirle al cura cuántas veces había incurrido en ellos…..ay Dios mío, por que no habré nacido en la India donde los niños no pasan por estas angustias. De ese día en adelante no pensaba más que en eso y entonces me acosó la idea fija de que pasaría si se me caía la hostia al suelo? ¿Qué pasaría si me atragantaba o si no me bajaba por la garganta? ¿Qué pasaría si se me quedaba la hostia trabada o si se me olvidaba abrir la boca bien grande o si se me olvidaba decir Amén antes de abrirla?
La noche antes llegó. No dormí nada. Entre la ilusión de estrenarme el atuendo y todas las demás angustias ya compartidas, no pude pegar un ojo, mucho menos, dos. Llegó el gran día. Me veía regia. Llegamos a la Iglesia, menos mal que papi encontró estacionamiento por el Casino de Arecibo donde sería el gran desayuno post-comunión pues había que estar en ayunas por tres horas antes de comulgar. Por si acaso, yo estuve en ayunas desde la tarde antes…..pero ni hambre tenía. Entramos a la catedral. Mis maestras estaban allí, la iglesia repleta. Hicimos fila los niños a la derecha, las niñas a la izquierda, tal y como habíamos practicado. El órgano resonó y se comenzó a oír la voz de Padre Kingston……Dominus Vubiscum….Et cum Spiriu Tuo……se olía a perfume, desde el barato que mayormente provenía de las últimas filas de atrás y de los bancos en la entrada (lugares designados para la gente pobre y del pueblo) y a medida que nos acercábamos al frente, el Shalimar, el Habanita, el Jolie Madame, el Moment Supreme y el Joy. Los abanicos españoles ayudaban a prevenir el sudor, las mantillas españolas y sus horquillas competían entre sí, el sonido de las pulseras de charms de 18 kilates tintineaban y a veces ni dejaban oir al Padre en su latín perfecto…..y llegó el momento de la Comunión anunciado por los tres riiiing, riiiiing, riiiiing……me llegó la hora. Desfilé trinca y miedosa. Llegué al frente, me arrodillé……se acercó el Padre con la patena y el monaguillo al lado……dije AMEN o mejor dicho, grité AMEN, abrí la boca lo más grande que pude, saqué la lengua y cerré los ojos. La hostia entró al lugar apropiado, cerré la lengua, abrí los ojos, se me pegó la lengua al cielo de la boca……ni me pregunten como……poco a poco se fue disolviendo y comenzé a tragar y a tragar y a tratar de rezar…..que va…..no me quedaba mente para eso. De ahí en adelante, mi mente oscilaba entre la gran mayorca de J J y Viñas y el gran vaso de chocolate caliente que me esperaba en el Casino, ir a retratarme a Calafell…..ya la pesadilla había terminado. De ahí en adelante, me comenzó a picar el vestido, me apretaban los zapatos, el velo aquel me daba calor, le entregué el misal y el rosario a mami para que lo guardara en su cartera. Quería ser libre de nuevo y librarme de todos aquellos andariveles impuestos por la autoridad. Llegamos a Calafell, hice lo mejor que pude para salir bella y angelical en la foto, me comí aquella Mallorca azucaradita y la bajé con el chocolate caliente más rápido que ligero…..y cataplum. Ya la tarde se acercaba y toda estrujada llegué a casa a guardar todo el disfraz de buena. De ahí en adelante, me confesaba con la frecuencia dictada por las monjas en el Colegio, alteraba el orden de los pecados que básicamente eran los mismos una y otra vez, comulgaba sin miedo alguno y ayunaba bajo protesta pues no entendía y sigo sin entender porque rayos había que dejar de comer y casi al punto de un desmayo cumplir con la liturgia aquella y el latinazo que jamás entendía pero que logré aprender al dedillo. Mi última confesión ante un cura fue en el año 1970 y ahí desafié al cura colombiano aquel que no me soportaba y cuantas cosas le dije para pasmarlo y romperle los esquemas……..mi última confesión ante un cura…..y ahora ante ustedes.

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